La aguja del reloj se siente como un puñal. Pasan las horas, y así también
lo días y las semanas. El tiempo escurridizo se escapa frente a su horizonte...
y a ella, a ella eso la aterra.
Ante ella un muro, detrás de él: el mundo. No hay quien lo derribe,
¿quién se va a atrever a cargar con ese infierno?. Su corazón, un candado. Su
mirada, un enigma tras la llave. Y su mente, una imposible.
Y así se enamora de su Soledad, y quien la conquista es su dolor. ¿La
inteligencia?, su mejor excusa. Quien se escapa no se enamora, quien se escuda
no es herido, y quien no llega nunca tiene que irse.
Es que aún se siente una niña, pero los segundos la traspasan con
cada latido que la mantiene despierta. Y cada vez que abre sus ojos no ve a
nadie, pero cuando los cierra los ve a todos. Y entonces suspira y mira hacia
un espejo, pero no se refleja en él. Se distorsiona en su agonía, se apaga en
su oscuridad.
Por las noches sus heridas se abren y se queman, una y otra vez, en
los mares de sal que derraman sus ojos. Y entonces, ¿quién la va a auxiliar?.
Es una enfermedad sin remedio. Hay que ser valiente para ir en busca de la
cura, y ella... es una cobarde.
No sabe rescatarse de sí misma, y si por fin alguien la
encuentra...huye. Entonces se refugia en sus fantasmas, ellos nunca la
abandonan...
¿Qué sería de ella sin sus recuerdos?, quizás, un alma libre.
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