Breve descripción de mi persona

    Natalia Soledad.
  Aunque, a veces, soy más  S o l e d a d  que Natalia.
  Por mucho tiempo sostuve que el nombre que eligieron para mí fue casi premonitorio, claro que hoy no puedo decir lo mismo. De todas formas suelo ser una persona bastante solitaria y, por cierto, muy extremista también. Puedo sentir un miedo detonante a quedarme sola, y a la vez refugiarme en la misma soledad que tanto aborrezco. Es difícil seguirme el hilo, y nunca voy a entender por qué hay gente que lo intenta (mi más profunda admiración hacia ellos). A veces soy un escándalo y otras la nada misma; puedo ser temperamental y desarmarme con gran facilidad;  como a todos, creo, me encanta sentirme querida pero también necesito tomar distancia. Seguro suena atropellado, pero simplemente después de un largo tiempo de exposición necesito volver a mí, a la comodidad de mi espacio, para ordenar mi propio caos, oxigenar la mente y volver a compartirme con el resto. Mi cabeza suele enredarse sin necesidad.
  Nací un 1 de julio de 1993, aún me lamento que no exista un DeLorean para volver a la década de los ’90, o a cualquiera de los tantos recuerdos felices que anhelo revivir. Sí, soy extremadamente melancólica, es más fácil que mi gata aprenda a escribir (ponele), a que yo deje de mirar para atrás cada vez que la vida me empuja violentamente hacia delante. Es más, de hecho es muy probable que dentro de diez años recuerde este momento con cariño. Suena tan estúpido como lo leen (si alguien lo lee) pero sólo aprecio los capítulos cuando ya sé cómo terminan (aburrida), cuando no hay nada desconocido a qué temer.
  Sigo pensando que extrañar a alguien es bueno, significa que el momento en que lo vuelvas a ver te vas a sentir genial, pero también es algo muy triste si no es ese el caso. Suelo extrañar hasta lo que no viví, siento el “como hubiera sido mi vida si…” a flor de piel. Imaginarme en situaciones más gratas que las que me tocaron pasar y extrañar esa sensación, sólo imaginaria, de confort. La misma que dejé de sentir con el último dibujito que hice para el día del padre, ese papelito que con un profundo amor llené de garabatos, el mismo que después volvió a mí porque él ya no estaba para apreciarlo. Ok, miento un poco, ese confort aún lo siento en los abrazos de mamá, en los “todo va a estar bien” de mi novio, o en las palabras amigas. Pero bueno, en el ranking de cosas que extraño él siempre ocupo el primer lugar. Después está la nena que en algún momento fui, de la cual aún me cuesta desprenderme en ocasiones. Quizás más el modo de ver la vida detrás de ese cielo gris, pero inocente, donde los domingos no eran tristes, los cortes de luz parecían divertidos, y lo más terrible era ser diferente a los demás. Puede que lo último lo haya sufrido hasta casi el final de la adolescencia, pero suena tan típico que no voy a reparar en eso, después de todo, hoy ya no me pesa ser diferente.
  Tengo un gran problema con la imposición, puedo ser el mismo demonio si veo que me quieren gobernar. Me hierve la sangre cuando escucho una opinión que no pedí, o veo un dedo señalándome, puede que cometa errores pero mientras yo sea consciente de ello está en mí hacer algo al respecto, da igual si no jodo a nadie. Esto último puede sonar a borrega mal aprendida, pero creo fielmente que nadie sabe ni es consciente de la magnitud que es estar en los zapatos del prójimo, por lo tanto cualquier cosa que opines puede resultar innecesaria si no podes entender de qué se trata. Más de una vez puedo necesitar una palabra amiga, pero es sólo eso, no acredito a nadie a juzgarme o decirme qué hacer si no quiero. De todas formas no escucho sólo lo que me gusta, escucho todo, y cuando digo todo es hasta la mínima insignificancia negativa que se te pueda ocurrir. Poseo la capacidad de almacenar en mi cabeza una gran cantidad de archivos, registrados por nombres y años, si se quiere. No olvido nada, y eso suele ser un problema.
¿Rencor? No, llega un punto en el que me deja de importar, pero sin embargo mi memoria lo conserva. Bueno, no todo, por alguna razón hay cosas puntuales que no puedo recordar, como si no las hubiera vivido de primera mano, como si las hubiera visto de afuera o simplemente soñado. Tengo una teoría de bloqueo emocional, o memoria selectiva, pero si fuera por eso tendría que haber olvidado infinidades de cosas, y no es el caso. A pesar de todo, me gusta tener memoria, acordarme de un noventa por ciento de cosas importantes y otras no tanto. En más de una oportunidad me resulta útil, tengo la necesidad de no olvidar para recordar quién soy hoy, para mi es esencial y hasta lógico, para otros significa una pérdida de tiempo quizás.
  No soy para nada impulsiva, no me gusta correr riesgos sin antes analizar de todas las formas posibles que voy a estar bien, ¿cobarde o muy racional?. De cualquier manera creo que la inseguridad me mantiene “cuerda”, siempre respondí perfectamente ante el protocolo, y me sé defender en un mundo estructurado. Puede sonar a represión, por qué no, después de todo puede ser por eso que me haya jactado siempre de ser diferente entre mis pares, siempre correcta, tranquila y educada (en las obligaciones, claro está). Por dentro podría estar gritando pero jamás soporté la idea de defraudar a quién espera cierta respuesta en mí, (por supuesto alguien que me importe!) y sólo en circunstancias de altura, en la vida en sí me gusta manejarme yo solita como ya dije.
  El orgullo predomina en mí (¿orgullo de qué?, ni idea), pero la realidad es que me siento potencialmente limitada (por mí) a acercarme después de un intercambio no grato de diferencias, o dicho en criollo, después de querer cagarte a trompadas porque no me gustó un carajo algo que hiciste o dijiste. Eso llevaría luego a una confrontación sobre una situación que no estuvo bien, y francamente, eso es otro dolor de ovarios. Claramente hay circunstancias en las que vale la pena hacer un párate y hablar, aunque deba organizar el archivo en mi cabeza para saber qué decir y cómo, y que no se me olvide nada! (nunca pasa, siempre me queda algo en el tintero). Pero es ahí donde admiro a la persona que tiene la capacidad que yo no tengo y puede atravesar la coraza para recapacitar. Creo que es un poco de orgullo y otro “gran” poco al miedo de ser rechazada. Puede ser que la cuestión erradique justo ahí: el rechazo.
  No muy lejos están las carencias que poseo a la hora de ser demostrativa, mi gata es la privilegiada y supongo que se debe a que no puede hablar y decirme lo que piensa de mí. Es decir, puedo quedar como una estúpida demostrándole amor todo el día, pero jamás me voy a sentir así porque no puede decírmelo. En cambio, a una persona, eso ya es otro tema. Alguien que puede formar una opinión de mí, me siento expuesta a la crítica, al ridículo o al miedo de sentirme defraudada ante la respuesta. Puedo tener un “te quiero” a punto de salir (“te quiero” como puede ser cualquier otra muestra de afecto) pero mis cuerdas vocales se tensan o se me cierra la garganta y nada puede salir, muere ahí. De todas formas, confío que el amor se mide de otra forma, y no sólo en palabras. Tenes que ser ciego o muy tonto para creer que el cariño sólo se siente con palabras. ¿A cuántos les fallaron sólo por creer en lo que escuchan?. La verdad no significa nada si no son sinceras, y madurar también es entender que hay infinidades formas de amar, y que todos tenemos capacidades diferentes para hacerlo. D i f e r e n t e s.
  Aún así no niego que en los últimos años me transformé en una caja fuerte, poseo una imponente coraza, intimidante para algunos. Creo que la vida me hizo así, no es excusa, pero no encuentro una mejor forma de explicarlo. Claramente no me gusta sentirme expuesta. Ok, suena contradictorio si estoy tratando de describirme a la perfección, pero siento que el mundo de las letras es más libre que el real, y si me estás juzgando probablemente no me entere, de hecho podes irte cuando quieras.
  En fin, creo que me volví más cerrada porque aprendí que cuanto más compartís con una persona más dependes de la misma, y dicho y hecho aún lo sostengo. Esto me trae al desarraigo, el cambio, la pérdida, mi talón de Aquiles. Realmente nunca soporte ese tipo de torturas, sin embargo, más de una vez la vida me hizo readaptarme de un cachetazo, pero no sin dejar una gran cicatriz en cada ocasión por supuesto. Siento que vivo en una constante transición, y de hecho es muy catastrófico, nunca me termino de acostumbrar, desde que tengo memoria me siento rara deseando que todo sea como antes. ¿Cómo antes de qué?, en algún momento tuve que haber querido quedarme ahí, sino no se explica.
  Me cuesta reconocer las cosas buenas, empezando por mí creo que no dije ni una sola virtud. Admiro a esas personas que tienen la destreza para venderse como lo mejor con tanta seguridad, se saben defender a diestra y siniestra ante cualquiera sin dudar una fracción de segundo de sí, ni hacer un mea culpa, me parece extraordinario.
  Me enoja mucho el error propio, me parece imperdonable y duele más que el ajeno. Fracasar no es para mí, y no es que no fracase, pero ser propensa a equivocarme me mata, y sí, como no soy perfecta tengo que vivir corriendo el riesgo.
  Por todo esto y más, las personas que eligen rodearme son mi fortaleza. Podrían ser hasta superhéroes después de lidiar con tanto, puede que este exagerando pero se entiende el punto.      
  No siento la necesidad de mencionar cosas buenas, será que no me hacen daño  y por lo tanto no es imperioso soltarlo. Sólo voy a reconocer que tengo un novio que amo y no podría ser mejor, los abrazos de mamá y una familia que no cambiaría que a pesar de todo me reconforta saber que está, y amigos que me eligen, aunque sean contados, supieron entrar en mí y descubrir las cosas positivas que no están escritas acá.


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